domingo, 31 de mayo de 2015

Allan Kardec, nos habla en "el Libro de los Espíritus" sobre la separación del alma del cuerpo de esta manera:


CAPTÍULO III
RETORNO DE LA VIDA MATERIAL A LA ESPIRITUAL

I.- El alma después de la muerte
149. ¿En qué se transforma el alma en el instante de la muerte?
- Vuelve a ser Espíritu, es decir, reingresa al Mundo de los Espíritus, que temporalmente había dejado.
150. ¿Conserva el alma su individualidad después de la muerte?
- Sí, jamás la pierde. ¿Qué sería si no la conservara?
¿Cómo comprueba el alma su individualidad, puesto que ya no tiene cuerpo material?
- Posee todavía un fluido que le es propio, que toma de la atmósfera de su planeta y que tiene la apariencia de su última encarnación: su periespíritu.
¿No se lleva el alma nada de este mundo?
- Sólo el recuerdo, y el deseo de ir a un mundo mejor. Aquel recuerdo está pleno de dulzura o de amargura, según sea el empleo que haya hecho de la vida. Cuanto más pura es, mejor comprende la futilidad de lo que en la Tierra ha dejado.
151. ¿Qué pensar de la opinión de que, después de la muerte, el alma vuelve a entrar en el todo universal?
- ¿Acaso el conjunto de los Espíritus no constituye un todo? ¿No son todo un mundo? Cuando te encuentras en una asamblea formas parte integrante de ella, y sin embargo sigues teniendo tu individualidad.
152. ¿Qué prueba podemos obtener acerca de la individualidad del alma después de la muerte?
- ¿No tenéis esa prueba mediante las comunicaciones que lográis? Si no sois ciegos, veréis, y si no sois sordos, oiréis, porque con sobrada frecuencia os habla una voz que os revela la existencia de un Ser que está fuera de vosotros.
Los que piensan que con la muerte del cuerpo el alma entra en el todo universal están equivocados, si con esto entienden que, a la manera de una gota de agua que cae al mar, aquélla pierde su individualidad. Pero se hallan en lo cierto si entienden por el todo universal al conjunto de los Seres incorpóreos del que cada alma o Espíritu es un elemento.
Si las almas se confundieran con la masa no tendrían sino cualidades del conjunto y nada las distinguiría a unas de otras. No poseerían inteligencia ni cualidades propias, en tanto que, en todas las comunicaciones mediúmnicas, denotan la conciencia del yo y una voluntad distinta. La infinita diversidad que presentan, desde todos los puntos de vista, es consecuencia misma de las individualidades. Si después de la muerte sólo hubiera lo que se llama el Gran Todo, que absorbe a la totalidad de las individualidades, ese Todo sería uniforme y, por tanto, todas las comunicaciones que se recibiesen del Mundo Invisible resultarían idénticas. Puesto que encontramos en ellas Seres buenos y malos, sabios e ignorantes, venturosos y desdichados; que los hay de todos los caracteres: alegres y tristes, frívolos y profundos, etcétera, salta a la vista que se trata de Seres diferentes.
La individualidad se torna más ostensible todavía cuando dichos seres prueban su identidad por medio de indicios indiscutibles, detalles personales relativos a su vida terrena y que se pueden verificar. Y ya no es posible la duda cuando se manifiestan ellos a la vista, durante las apariciones. La individualidad del alma se nos enseñaba, en teoría, como un artículo de fe, pero el Espiritismo la hace evidente y, en cierto modo, material.
153. ¿En qué sentido se debe entender la vida eterna?
- La vida eterna es la del Espíritu; La del cuerpo, en cambio, es transitoria, pasajera. Cuando el cuerpo muere, el alma regresa a la vida eterna.
¿No sería más exacto denominar vida eterna a la de los Espíritus puros, aquellos que, habiendo alcanzado la suma perfección, no han de sufrir más pruebas?
- Esa es más bien la dicha eterna. Pero se trata de una cuestión de palabras. Llamad a las cosas como mejor os plazca, con tal que os entendáis.

II.- Separación del alma del cuerpo
154. ¿Es dolorosa la separación del alma del cuerpo?
- No. El cuerpo muchas veces sufre más en el transcurso de la vida que en los instantes de la muerte. El alma ya no participa ni siente en tales momentos. Los sufrimientos, que en ocasiones se experimentan durante el proceso de la muerte, son un goce para el Espíritu, el cual ve llegar el término de su exilio.
En la muerte natural, la que sobreviene por agotamiento de los órganos como consecuencia de la edad, el hombre deja la vida sin caer en la cuenta de ello. Es una lámpara que se apaga por falta de combustible.
155. ¿Cómo se opera la separación del alma del cuerpo?
- Habiéndose roto los vínculos que la retenían, ella se desprende.
La separación ¿se lleva a efecto de manera instantánea, por una transición brusca? Entre la vida y la muerte ¿hay una línea de demarcación netamente trazada?
- No. El alma se desprende de una forma gradual, no escapa como un pájaro cautivo que ha sido devuelto súbitamente a la libertad. Los dos estados se tocan, confundiéndose. Así, el Espíritu se desprende poco a poco de sus ataduras: éstas se sueltan, no se quiebran.
Durante la vida, el Espíritu se halla ligado al cuerpo por su envoltura semimaterial o periespíritu. La muerte destruye sólo al cuerpo y no a esa segunda envoltura, la cual se separa del cuerpo cuando cesa en éste la vida orgánica. La observación ha probado que en el proceso de la muerte el desprendimiento del periespíritu no se opera súbitamente por completo. Sólo se realiza de forma gradual y en un plazo muy variable, según los individuos. En algunos es bastante rápido, y se puede afirmar que tal proceso de liberación, se cumple en unas pocas horas. Pero en otros –sobre todo en aquellos cuya vida ha sido enteramente material y sensual- el desprendimiento es mucho menos rápido y en ocasiones se prolonga por días, semanas y hasta meses, lo que no implica que haya en el cuerpo la menor vitalidad ni la posibilidad de un retorno a la vida, sino que persiste una simple afinidad entre el cuerpo y el Espíritu, afinidad que siempre se halla en relación con la preponderancia que el Espíritu dio a la materia en el transcurso de la vida. En efecto, es razonable pensar que cuanto más se haya identificado el Espíritu con la materia tanto más laborioso le será el separarse de ella, mientras que la actividad intelectiva y moral y la elevación de pensamientos operan un principio de desprendimiento, incluso durante la vida del cuerpo, y cuando llega la muerte, la separación es rápida. Este es el resultado de los estudios hechos sobre todos los individuos observados en el momento de la muerte. Esas observaciones prueban, inclusive, que la afinidad que en algunas personas subsiste entre el alma y el cuerpo es a veces sobremanera penosa, por cuanto el Espíritu puede sentir el horror de la descomposición de la materia. Este caso es excepcional y propio de ciertos géneros de vida y de algunos tipos de muerte, y se observa en algunos suicidas.
156. La separación definitiva del alma al cuerpo, ¿puede tener lugar antes de haber cesado por completo la vida orgánica?
- Durante la agonía, en ocasiones el alma ha abandonado al cuerpo. Sólo queda entonces la vida orgánica. El hombre no tiene ya conciencia de sí mismo, y no obstante le resta aún un soplo de vida. El cuerpo constituye una máquina movida por el corazón, y existe en tanto el corazón hace circular sangre por las venas, no necesitando al alma para ello.
157. En el proceso de la muerte, ¿tiene a veces el alma una visión o éxtasis que le hace entrever el mundo al que va a reingresar?
- A menudo el alma siente cómo se rompen los lazos que la unen al cuerpo, y e entonces realiza todos los esfuerzos para romperlos completamente. Ya desprendida en parte de la materia, ve descorrer el porvenir ante ella y goza de antemano del estado de Espíritu.
158. El ejemplo de la oruga, que primero se arrastra por la tierra y después se enclaustra en su crisálida, en estado de muerte aparente, para renacer con una brillante existencia, ¿puede darnos una idea de la vida terrenal, luego la tumba y por último nuestra nueva existencia?
- Una idea aproximada. La comparación es buena, pero no habría que tomarla al pie de la letra, como con frecuencia hacéis.
159. ¿Qué sensación experimenta el alma en el instante en que vuelve en sí en el Mundo de los Espíritus?
- Ello depende. Si practicaste el mal, con el deseo de realizarlo, te sientes en el primer momento muy avergonzado de haberlo hecho. Pero es muy diferente para el justo: el alma del justo está como aliviada de un gran peso, porque no teme ninguna mirada escudriñadora.
160. ¿Vuelve el Espíritu a encontrar de inmediato a aquellos que conoció en la Tierra y que murieron antes que él?
- Sí, según el afecto que por ellos sentía y el que le profesaban a él. A menudo acuden a recibirlo al retornar al Mundo de los Espíritus y le ayudan a desprenderse de las envolturas de la materia. Además, vuelve a encontrar a muchos que había perdido de vista durante su estancia en la Tierra. Ve a los que están errantes y va a visitar a los que se hallan encarnados.
161. En la muerte violenta o accidental, cuando los órganos todavía no han sido debilitados por la edad o las enfermedades, la separación del alma y el cese de la vida ¿tienen lugar de manera simultánea?
- Por lo general ocurre así, pero en todos los casos el lapso que los separa es muy breve.
162. Después de la decapitación, por ejemplo, ¿conserva el hombre durante algunos momentos la conciencia de sí mismo?
- Muchas veces la conserva por algunos minutos, hasta que la vida orgánica se haya extinguido por completo. Pero, con frecuencia también, la aprensión de la muerte le ha hecho perder esa conciencia antes del instante del suplicio.
Se trata aquí de la conciencia que el condenado puede tener de sí mismo, como hombre y por intermedio de los órganos, y no en cuanto Espíritu. Si no perdió esa conciencia antes del suplicio, puede, pues, conservarla unos pocos instantes, pero que son muy breves, y la conciencia cesa, por fuerza, con la vida orgánica del cerebro, lo que no implica por ello que el periespíritu se haya desprendido por completo del cuerpo. Antes al contrario, en todos los casos de muerte violenta, cuando ésta no es producida por la extinción gradual de las energías vitales, los lazos que unen al cuerpo con el periespíritu son más tenaces y el desprendimiento completo se opera con mayor lentitud.

III.- Turbación espírita
163. El alma, al dejar el cuerpo, ¿tiene de inmediato conciencia de sí misma?
- Conciencia inmediata no es el término adecuado. Permanece algún tiempo en estado de turbación.
164. ¿Todos los Espíritus experimentan con la misma intensidad y duración la turbación que sigue a la separación del alma al cuerpo?
- No, ello depende de su elevación. El que está ya purificado vuelve en sí casi inmediatamente, porque se ha desprendido de la materia durante la vida del cuerpo, al paso que el hombre carnal, cuya conciencia no es pura, conserva durante mucho más tiempo la impresión de esa materia.
165. El conocimiento del Espiritismo ¿ejerce influencia sobre la duración más o menos prolongada de la turbación?
- Una influencia muy grande, por cuanto el Espíritu comprende de antemano su situación. Pero, lo que más influye es la práctica del bien y la conciencia pura.
En el momento de la muerte, al principio todo es confuso. Hace falta al alma algún tiempo para recobrarse. Se halla como aturdida, al igual que el estado de un hombre que saliera de un sueño profundo y que tratara de darse cuenta de su situación. La lucidez de las ideas y el recuerdo del pasado le vuelven conforme se va borrando el influjo de la materia de que acaba de desembarazarse, y a medida que se disipa la especie de niebla que oscurece sus pensamientos.
La duración de la turbación, que sigue a la muerte, es muy variable. Puede ser de unas pocas horas como de varios meses, y hasta de muchos años. Aquellos en quienes es más breve son los que se han identificado en vida con su estado futuro, por cuanto comprenden de inmediato su situación.
La turbación presenta circunstancias particulares, de acuerdo con el carácter de cada individuo y, sobre todo, según el tipo de muerte experimentada. En las violentas, producidas por suicidio o suplicio, accidente, apoplejía o heridas, etc., el Espíritu se encuentra sorprendido, asombrado, y no cree haber muerto. Así lo sostiene con terquedad. No obstante, ve su cuerpo, sabe que ese cuerpo es el suyo, y no comprende que se haya separado de él. Acude junto a las personas a quienes profesaba afecto, les habla y no comprende por qué ellas no le oyen. Esa ilusión dura hasta que el desprendimiento del periespíritu se ha consumado. Sólo entonces el Espíritu se recobra y comprende que ya no forma parte de los vivientes. Este fenómeno se explica con facilidad. Sorprendido de improviso por la muerte, el Espíritu está aturdido por el brusco cambio que en él se ha operado. Para él, la muerte sigue siendo sinónimo de destrucción, de aniquilamiento. Ahora bien, como quiera que piensa, ve y entiende, en su opinión no está muerto. Lo que aumenta su ilusión es que se ve dueño de un cuerpo similar al anterior, por su forma, pero cuya etérea naturaleza no ha tenido todavía tiempo de estudiar. Lo cree sólido y compacto como lo era el primero, y cuando se le llama la atención sobre este punto se asombra de no poder palparlo. Este fenómeno es análogo al de los sonámbulos noveles, que no creen estar dormidos. Para ellos, el sueño es sinónimo de suspensión de las facultades. Y puesto que piensan libremente y ven, en su concepto no se hallan dormidos. Algunos Espíritus presentan esta particularidad, aun cuando la muerte no los haya sorprendido en forma imprevista. Pero sigue siendo una particularidad más general en aquellos que, aunque enfermos, no pensaban que morirían. Se ve entonces el singular espectáculo de un Espíritu que asiste a su funeral como si se tratara del de un extraño, y hablando de él como de una cosa que no le concierne, hasta el momento en que comprende la verdad.
La turbación que sigue a la muerte no tiene nada de penoso para el hombre de bien. Es tranquila y semejante en todo a la que acompaña a un despertar apacible. En cambio, para aquel cuya conciencia no es pura, está llena de ansiedad y de angustias, que aumentan a medida que va comprendiendo su situación.

En los casos de muerte colectiva se ha observado que todos los que perecen al mismo tiempo no siempre se vuelven a ver de inmediato. En la turbación que sigue a la muerte, cada cual va por su lado, preocupándose tan sólo de aquellos que le interesan.

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